lunes, 26 de mayo de 2008

CONFESIONES DE UNA CASA MINERA ABANDONADA ( POR NEFTALI )

El amigo Neftalí; nuevo en el foro, me ha asombrado con este relato que a continuacion os pogo y que podeis ver en el foro de Riotinto Digital :(http://riotinto.mforos.com/555733/7598956-confesiones-de-una-casa-minera-abandonada/)

Yo fui una casa cualquiera del antiguo caserío de Peña de Hierro. Nací a finales del siglo XIX, cuando unos hombres de negocio procedentes de Inglaterra empezaron a amasar libras esterlinas con la sangre y el sudor de los rudos hombres de esta comarca minera. Yo nunca fui una casa de alta alcurnia, de las que edificaban entonces las clases sociales más pudientes. Mis muros los construyeron con piedras cobrizas, de esas que arrancaban los mineros silicosos en las profundidades subterráneas, y mi tejado estaba resuelto con humildes tablazones de pino o de castaño. Las piedras de mis muros estaban entrelazadas con barro de mala calidad, pero mis paredes de cal limpia relampagueaban cada amanecer bajo la luz del sol.
Yo fui una casa cualquiera del poblado de La Peña. Una casa cuyo precio de coste eran quince o veinte mil reales de la época. Una casa para los obreros que ganaban salarios más bajos, trabajando 10 ó 12 horas arrancándole a la tierra sus entrañas minerales. Una casa humilde pero acogedora, hospitalaria y entrañable…como las personas que habitaban dentro de sus muros. Junto a la puerta de entrada había una marquesina cubierta de parras, enredaderas y jazmines, donde los hombres más ancianos se sentaban a tomar la sombra y las mujeres ejercían la labor de costureras, remendando la ropa de trabajo de sus maridos y sus hijos. Durante los meses de verano era encantador tomar el fresco de la tarde, aspirando aquella inmensa paz, y observando cómo las locomotoras blanqueaban el cielo con el vapor que salía por sus tiznadas chimeneas.
Durante el tiempo que estuve habitada por trabajadores, me sentí feliz y no me importó demasiado que mis muros fueran envejeciendo lentamente. Sin embargo, en la época de invierno, se producían algunas goteras cuando llovía intensamente y se mojaban las camas y los muebles. Pero en el fondo era dichosa, sintiendo el calor humano de aquellas personas entrañables que me cuidaban y me mimaban más que la propia compañía minera. Fui feliz durante casi un siglo, mirando silenciosamente aquellas fotos de personas difuntas colgadas en las paredes interiores y sintiendo latir aquellos corazones de todas las edades. Fui feliz hasta que sonó la última campana en Peña y cerraron el postigo de mi puerta para siempre, con una cadena herrumbrosa y un candado viejo. Mis últimos habitantes se marcharon contentos porque iban a enfrentarse a una vida más próspera en otros pueblos de la comarca de Riotinto. Pero yo me quedé infinitamente triste, porque sabía que nunca más habitarían más personas entre mis paredes destartaladas y ruinosas. Lloré noches enteras, días enteros, años enteros…pero nadie pudo ya escuchar mi llanto. El tiempo pasaba inexorablemente, la lluvia entraba ya por todas partes. Me dolían muchas cosas, pero lo que más daño me hacía era la soledad. Nunca me había sentido tan sola desde que me construyeron unos albañiles extranjeros a finales del siglo XIX.
Hace algunos años, cuando ya el tejado se me había hundido y la cal se había borrado por completo de mis paredes centenarias, llegaron unos hombres y me eligieron para rehabilitarme como casa-museo. Me hicieron una reparación tan profunda, que resulté ser otra casa diferente, aunque reconozco que de mejor calidad. No me ha sentado mal la reforma turística que me han hecho. Pero me gustaban más aquellos inquilinos mineros que me dejaban entrar hasta el fondo de sus corazones y me ofrecían su amistad y su cariño incondicionalmente. Me gustaban más aquellos hombres pobres (pero humildes) que estas personas extrañas que ahora me visitan a cambio de dinero, con el único fin de conocer una de las tantas páginas olvidadas de la Historia de la Minería Onubense.
Fdo: Neftalí

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