sábado, 6 de octubre de 2012

UN DIA CUALQUIERA EN LA MINA

TEXTO: FERNANDO DURAN
FOTOS: FERNANDO DURAN/ JOSÉ MARQUEZ

De las manos de Fernando Duran he visto salir verdaderas maravillas, he visto como creaba colores y sombras que me siguen sorprendiendo.Por todo esto, no se porque me ha de extrañar el que también Fernando me sorprenda con la escritura; que logre llevarme a través de las letras al pasado glorioso que no conocí y del que tanto he escuchado.

Fernando logra con este escrito que os traigo a continuación, lo mismo que logra con sus carrozas y maquetas; que quien lo disfruta se pierda en un mundo de sueños, de imaginación, de recuerdos, de historias pasadas... Y lo hace de una forma sencilla, clara, concisa; contando lo que fue, lo que había, logrando que quien conoció lo narrado lo vuelva a vivir con solo cerrar los ojos y que aquel que solo escucho alguna vez las experiencias vitales de aquella época pueda, de alguna forma, darle claridad al cuadro imaginado... Espero que os guste tanto como a mi.

Una mañana de verano, curioseando por las ruinas del antiguo pueblo de La Mina, recordando las calles donde yo recorría en otros tiempos, parecía que todavía veía la calle de San Roque en el Barrio de la Alpargata con el paso de las gentes, hacia la calle Sevilla que era la arteria principal de este barrio con lo que quedaba del pueblo, personas que iban a coger el tren o regresaban del trabajo o mujeres y niños que iban a llenar los “pichilines” en la fuente del Coso otras con las paneras en la cabeza en dirección contraria para ir a lavar las ropas en el Lavadero, me imaginabas a viejos en la resolana de la calle Sevilla contando sus batallitas de cuando trabajaban, mientras una gallina arrastraba una alpargata vieja amarrada con una cuerda a una pata para que no se alejara de la casa de su dueño, era muy corriente entre los vecinos tener una gallina ponedora en casa para comer un huevo fresco casi todos los días control que perfectamente llevaba los niños para ver a quien le tocaba el huevo ese día.
 

 
Subí por la calle Santa Ana, llegué a la cárcel, los muros estaban aun en pié y los huecos de los calabozos todavía en perfectas condiciones, un inodoro permanecía en el fondo. En la trasera de la Cárcel las ruinas de la Oficina de Inspección de la Empresa completamente derruida, diseminado, había gran cantidad de ladrillos vistos de especial calidad, un hombre estaba recogiéndolos en un carrillo. Aun estaba en buenas condiciones la escalera que bajaba a la calle Rinconada donde estaba el Corralón llano donde los niños jugaban a la pelota.
 
Un grupo de niños que viven en la calle Trafalgar o parte baja de la calle Méndez Núñez llegaban por el camino de la calle Sevilla para jugar un partido, otros niños que viven en el Parador o parte alta de la calle Méndez Núñez, llegaban pasando las vías por el puente del Laboratorio y por el camino del Lavadero. Se agruparon para formar equipos, en este caso los capitanes eran Félix Hoyo y Goro Chaparro, los dos se alejaron unos metros para medir los pasos, tacón con puntera paso tras pasos hasta ver cual pie no entraba. Empezaba a pedir Goro. - Yo pido Andrés Zapatero. Félix pidió a Revuelta. Por el camino del puente se acercaba Félix de la Estación de Enmedio con su hermano pequeño José, en vacaciones cada vez que podían se acercaba al Corralón para jugar un partido. Goro siguió cogiendo, pues yo cojo a Félix el Rubio que viene por allí abajo, pues yo a Ramón El Pintado, yo a Alfonso Ortiz, yo a Flores el hijo de la Carnicera, pues yo a Matito y así se fue formando los dos equipos. Los niños más pequeños en este partido, no iban a jugar pero tres se tenían que colocar en la esquina de la Corta para evitar que la pelota se perdiera en una raja.
 
El Corralón era un llano desigual, por un lado estaba protegido por las ruinas de la Calle Rinconada por donde no se podía perder la pelota pero en el otro lado podía irse hacia las vías del tren por la cuesta del Lavadero cosa poco frecuente porque estaba muy lejos, y por el otro extremo la corta que estaba a escaso cincuenta metro y en el primer banco existen varias rajas por ceder el terreno, cuando la pelota se iba por allí lo mas probable es que se perdiera en una de esas rajas o cosa peor, fuera rodando hasta el fondo de la Corta. El partido empezó con gran animación, la pelota era de goma blanca y los niños usaban alpargatas para jugar, el tiempo transcurrió volando, hasta que los niños escucharon el estrépito de la máquina de un tren obrero llegando a la estación, los niños se orientaban de la hora por los trenes según el ruido de la clase de locomotora sabían que tren era el que estaba llegando.
 
El tren de la una y media –dijo un niño- me voy, mi madre me espera para comer.
Todos los niños se fueron cada uno por su sitio, yo regresé por la calle Sevilla y me refresqué con la cristalina agua del pilar de La Mina.

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