jueves, 21 de marzo de 2013

LA ETERNIDAD EN UN INSTANTE...

(Con cariño y admiración a los/as Hermanos/as Costaleros/as del Cautivo. A los que fueron, a los que son y a los que serán...)

 
No, la verdad es que no sé cuántos años son ya teniendo la suerte de poder llevar sobre el costal a nuestro Padre Jesus Cautivo... Lo que verdaderamente me importa es que cada año es como el primero, emociones que no por ya vividas y conocidas dejan de ser nuevas cada año...

Pero este año no... No va a poder ser... Este año la estación de penitencia, si no hay cambios de última hora, la realizaré trabajando ( ¡¡¡Bendita Penitencia!!!). Y aunque es un motivo mas que bueno para no poder estar, desde hace unos días me invade cierto ánimo de tristeza, o de contrariedad... pero bueno, mientras sea por eso esta bien.
 
Abajo, en la mina, cerraré los ojos y volveré a sentir lo vivido todos estos años recordando el esfuerzo de antaño, las lágrimas, los abrazos, las voces del capataz, el olor a incienso, lo frio del suelo de Riotinto.
Recordare el silencio emocionado de las trabajaderas, la ayuda del compañero, el ánimo anónimo, el saber andar y mandar del compañero que indica que hacer y como hacerlo... Recordar es volver a vivir
Tengo que decir que a veces me apena el pensar que todo puede terminar si no "entra gente nueva"...
 
                
 Y entre pensamientos y recuerdos, busco palabras que puedan plasmar sentimientos y vivencias. Y en esas estoy cuando leo un post en un blog que me deja maravillado.
El blog se llama "EL CONVENTO DEL MONAGUILLO" y en él encontré este post, como digo, fechado en Mayo del 2012 que a continuación te reproduzco íntegro, no sin antes decirte que el mismo tambien fue una colaboración de su autor en la revista especial de Cuaresma de la Emisora COPE Granada. Su autor es un bloger "granaino" que se hace llamar "MONAGUILLO"

 LA ETERNIDAD EN UN INSTANTE:
 
“Nuestra imaginación nos agranda tanto el tiempo presente, que hacemos de la eternidad una nada, y de la nada… una eternidad”. (Blaise Pascal)Tienes los ojos cerrados, el costal aún seco y las piernas frescas. Te envuelve un claroscuro de oquedades por las que se cuelan pequeños atisbos de luz artificial que convierten el interior del paso en un lienzo sobre el que firmaría Zurbarán gustosamente. En la oscuridad, zumban como abejas a tu alrededor los comentarios musitados de todo ese tropel de compañeros a los que ahoga el terciopelo de los faldones… pero ningún rumor altera tu concentración.

Ellos sienten en el interior del estómago el mismo pellizco mezclado de nervio y de ilusión que tú tienes. Ellos notan en el cuello la palpitación intensa de la bomba que riega sus venas y que se acompasará con los tambores y las cornetas en cuanto se produzca el milagro de ese nuevo amanecer. Un amanecer que abrirá las luces del tiempo y de la memoria al ritmo que marcan las viejas jambas de una puerta de madera dominica.

Llevas tanto esperando… llevas tanto vivido, que apenas percibes ahora la celeridad con la que se mueve la manilla del segundero. La vida es para ti como uno de los relojes blandos que pintó Dalí en su paranoia: una esfera que se estira cuando la primavera se va agostando con los calores de Mayo, que se encoje cuando María acoge en su seno al Salvador, que se vuelve a dilatar al descolgar los adornos navideños y que se contrae definitivamente cuando comienzan a asomar los primeros lirios en los arriates de los jardines. Vives para sentirte así de vivo.

Sigues con los ojos cerrados. Tu cabeza está casi hueca de pensamientos, formando un vacío interior en el que retumban como el eco las sensaciones de cuanto te rodea: el olor del cedro recién tallado, de aquel vapor ya ausente que planchó con mimo los terciopelos granates, del saco de arpillera que otrora albergara café o grano en su interior, del atisbo de flores húmedas que dentro de poco recibirán la brisa de la media tarde…

En tu cabeza sólo quedan, como adheridos a la piel, los recuerdos de quienes te faltan, de quienes se han ido sin recibir un último beso, de quienes no pueden estar allí contigo sintiéndose profundamente vivos y felices. Eres uno sólo y a la vez, eres un todo, porque tu alma es un vaso que sólo puede llenarse de eternidad a base de fundir el pasado con el presente: tu niñez con tus amores, tus amistades con tus fracasos, lo que puedo haber sido y jamás fue.

Tu respiración, pausada y profunda, te mueve el pecho como un oleaje de vaivenes mientras apoyas tus manos en el palo delantero y empiezas a notar en tu camiseta ese trópico mojado que convierte el paso en un cajón hermético de sueños. Si no viviéramos intensamente para hacer realidad el sueño de los despiertos… ¿qué sería de nosotros?.

Una ovación cerrada saluda la apertura de puertas. Hágase la luz de la tarde… y la luz habitó las tinieblas. Abres los ojos para ver entrar en tu reino los rayos de sol entrecortados entre las vaharadas de incienso. La Cofradía se pone ceremoniosamente en la calle. Escuchas silbar la tela de las capas caminando junto al paso; a los diputados de tramo ordenando a los suyos antes de tomar el dintel de piedra; a los acólitos comentando la necesidad de más carbón; a los contraguías ajustándose mutuamente las corbatas, preparándose para formar parte de un particular paseillo de auxiliares que acompañan y rodean al Maestro.

Tu pulso se acelera. Te mueves inquieto ajustando la forma de tu costal en el palo, confeccionándole una cuna donde se puedan dormir las oraciones a costero, avanzando mimosamente de izquierdo, rompiendo un solo de metal sobre los pies.
 

Atrás quedaron las largas noches de preparativos, de ensayos, de duelos y quebrantos antiguos al calor de la conversación, el angustioso verano y el no menos duro invierno. Mientras, allí dentro, se dilatan tus pupilas buscando la magia de la primavera. Tu único pensamiento es ser feliz viviendo el instante: hacer del “Carpe diem” tu lema para esa tarde. Tan sólo quieres estar a la altura de poder ofrecerle la máxima gloria posible a ese Maestro que vigila tus descansos y protege tus indigencias.

Tú no ansías el aplauso para ti. Tu íntima satisfacción es que se lo den a Él.

En la lejanía, escuchas el siseo exterior en la delantera del paso y de momento, ves cómo la pléyade de novicias de blanco costal que te anteceden se va agachando en oleada para acomodarse buscando su sitio debajo de la penitencia. Es entonces cuando tú imitas su actitud mientras fijas con tus manos el lienzo de algodón a tu frente. Ya todo está dispuesto.

Suenan graves tres golpes de martillo y vuelves a sentir que la eternidad… se te ha hecho un instante.

EDITADO EN "EL CONVENTO DEL MONAGUILLO"
AUTOR: "Monaguillo"
FOTOGRAFIAS POST DE EL CONVENTO DEL MONAGUILLO:  Raúl Morente.

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