lunes, 26 de mayo de 2014

Entrevista a Coradino Vega: Nunca he sabido separar la forma y el fondo, el lenguaje del contenido

ENTREVISTA REALIZADA POR Lorenzo Rodríguez Garrido EN   www.microrevista.com

Cuatro años después de El hijo del futbolista, su debut literario bautizado favorablemente por parte de Rafael Chirbes o de Muñoz Molina, regresa Coradino Vega (Riotinto, 1976) con Escarnio, novela que incide en las mismas coordenadas ya trazadas en la anterior. Realismo social, retrato sociológico de la España en crisis de los años noventa, esta novela de aprendizaje está protagonizada por Carlos, desclasado estudiante de Derecho que, tras un primer y brillante curso universitario en Huelva, se traslada a Madrid para continuar sus estudios. Allí se topará con un ambiente hostil, trabará amistad con el profesor Torres-Navarro (trasunto de Francisco Tomás y Valiente, como el mismo autor reconoce en una nota final) y se internará en los territorios del amor y el sexo junto con Ainara.
Mediante un estilo sencillo, transparente, Coradino consigue una historia que dice mucho más de lo que aparenta y que vendría a ser una segunda entrega de esa suerte de radiografía social de la España reciente que está llevando a cabo en su literatura.
 

Coradino es profesor de lengua y literatura en un instituto de Sevilla. A lo largo de tres o cuatro días, hemos mantenido esta conversación a través de correos electrónicos.
 
Tu literatura creo yo que tiene tres pilares: el realismo español, la literatura judeoamericana (Bellow, Malamud, Roth, etc.) y la literatura italiana que, para mí, es una mezcla entre la norteamericana y la francesa.
 
Bueno, no sé quién dijo que las influencias hay que merecerlas, y yo no estoy seguro de merecer la huella de los autores en los que me fijo más y que, en efecto, pertenecen en buena parte a esas tres líneas. Porque son referentes demasiado grandes, ¿no? La llegada del joven de provincias a la capital ya estaba además en La educación sentimental y en Las ilusiones perdidas. Y explorar el pasado formativo reciente para comprender el presente fue el móvil de las novelas contemporáneas de Galdós. Así que me temo que en eso no soy muy novedoso… Entre otras cosas, porque tampoco es algo que me preocupe mucho. Puedo sentir una afinidad temperamental con Chéjov o Camus (que es casi tanto como decir que, cuando juego al fútbol con mis alumnos, me siento identificado con Cruyff o Beckenbauer, o sea, una ilusión), pero yo escribo en español, soy español me guste más o menos, y al respecto querría pertenecer a una tradición que viene de Cervantes, pasa por Galdós y Machado, se detiene en algunos escritores de los cincuenta más o menos, y desemboca en Chirbes o Muñoz Molina. Una tradición que tiene más que ver con una sensibilidad o una mirada ante el mundo que con términos más genéricos. Por otro lado, es verdad que los escritores italianos y judeoamericanos del siglo XX siempre me han tocado muy de cerca. Una familia judía gritándose en el Brooklyn de los años cuarenta, o en Sicilia, resuena en mi mente igual que una familia andaluza de los noventa.
 
Ojalá se me pegara algo de la energía vigorosa de Saul Bellow, de su apuesta por que existan verdades que estén del lado de la vida. O del vitalismo chispeante de una novela como Sombras sobre el Hudson de Isaac Beshavis Singer quien, aunque escribiera en yiddish, inauguró en cierto modo esa literatura. El sentido del humor es para mí fundamental, y por eso quizás también me gusten tanto Vittorini o Natalia Ginzburg. En Escarnio, el padre de Carlos debe mucho a los tenderos de Malamud y, a lo largo de la novela, hay guiños continuos a la obra de Philip Roth. De él me atrae, entre otras muchas cosas, el encuadre de la crisis individual en el contexto histórico colectivo, algo que también es muy de Galdós, ¿verdad? La presencia de todos ellos en lo que he escrito es mi manera de agradecer lo mucho que debo a sus libros. Me gusta lo que has dicho sobre la literatura italiana. Nunca lo había pensado y creo que llevas razón.


Sí, por un lado está la ligereza americana; y por el otro, la gravedad y el existencialismo francés.
 
Claro, y la literatura italiana lo combina de alguna forma, es cierto. Yo nunca he sabido separar eso de la forma y el fondo, el lenguaje del contenido. Y en el tono desenfadado, como cantarín, de la literatura italiana, hay un optimismo no muy extendido en el resto de Europa y que sí se da sin complejos en los países anglosajones. Pero la naturaleza humana es una mezcla de optimismo y pesimismo. Con un resfriado, ya no ves el mundo de la misma manera. Pavese tradujo y escribió muchos ensayos sobre literatura norteamericana e inglesa, y sin embargo uno no puede leer sus diarios si no tiene robustecido el ánimo. O Moravia, que fue capaz de escribir La Romana pero también El tedio, que tanto debe al existencialismo francés, ¿no? A mí me parece que en España, y en la literatura hispanoamericana posterior al Boom, ha dejado más huella la influencia francesa. Esa actitud de permanente sospecha, de intelectualismo de l’angoisse, de ser crítico por encima de todo…
 
La cosa empieza con Sartre y termina con Foucault, Deleuze y demás suicidas con un marchamo de inteligencia de la que yo debo de carecer por completo. Si uno contrapone todo ese verbo abstruso —con sus contorsiones argumentativas y justificaciones delirantes— a las memorias de los represaliados por la misma época en el Este, no le será difícil apreciar el vacío humano del discurso de aquéllos. El terror que los filósofos franceses nunca padecieron (entre otras cosas, porque muchos lo respaldaron explícita o implícitamente) lo cuentan, por ejemplo, Evgenia Ginzburg o Nadezhda Mandelstam de una forma en la que la afirmación de la vida no da margen al lamento; por eso, al leer sus memorias, uno sale fortalecido, nunca deprimido. Fíjate, uno de los pocos comentarios que me entristecieron cuando salió El hijo del futbolista fue el de alguien que me adscribió al curioso movimiento del “realismo depresivo”. Y me entristeció no por lo de realismo, que acepto con una mezcla perpleja de resignación y orgullo, sino por lo de depresivo. El hijo del futbolista parte de una desazón íntima fuerte, y su estilo se adecua a ese estado de ánimo, por lo que ahora no me extraña tanto que a alguien pudiera parecerle depresivo. En Escarnio, en cambio, más que desazón íntima hay rabia pública, y el estilo se abre al exterior, me parece a mí, se vuelca hacia fuera. Como lector, estoy cansado de la literatura ensimismada, del narcisismo de mirarse el ombligo (sea estética o psicológicamente), del lado oscuro, de los atardeceres, la desdicha…; prefiero prestar atención a las cosas concretas a perderme en abstracciones mentales. Y como escritor, qué quieres que te diga, estoy a favor de levantar el corazón, de que la felicidad sea posible en esta tierra, de que la literatura te ensanche los pulmones. Cada vez me es más ajena toda esa melancolía y aburrimiento franceses, o el nihilismo, o el cinismo. “¿Angustia?”, decía Paco de Lucía, “más angustia pasa un albañil subido al andamio un 5 de enero”… Y no hablo de edulcoramientos bobalicones…
 
Hablo de la postura de Milosz, Szymborska o Saul Bellow, que también dijo en una carta algo que suscribo por completo: “Si lo único que tenemos que oír es que la humanidad apesta en nuestras narices, entonces el silencio es mejor, porque ya hemos oído esa noticia”.
 
 

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